Lenguaje y procesamiento de la información
(Observaciones y reflexiones los procesos cognitivos, las emociones y el metamodelo)

Empezaré con algunas afirmaciones obvias. ¿O más bien habría que añadirlas a la lista de presuposiciones? ¿O quizá, de tan obvias, no merecen la consideración de presuposiciones?
a) Las personas percibimos la realidad a través de nuestros sentidos.
b) Las personas procesamos la información que recibimos y nos construimos nuestra “representación” de la realidad.
c) Esa “representación” de la realidad incluye, entre otros, modelos descriptivos (como, por ejemplo: a qué velocidad va el tren) y modelos predictivos (como, en este mismo ejemplo: a qué hora llegará).
d) Las personas actuamos ante la realidad, o intervenimos en ella, de dos maneras:
* De manera automática (“refleja”), de acuerdo con las características (de origen genético) de nuestra propia neurología. Así sucede, por ejemplo, cuando gritamos “espontáneamente” si alguien nos pisa.
* De manera elaborada, en función de los modelos representativos o predictivos que nos hemos construido. Así sucede, por ejemplo, cuando abrimos una cerradura con la llave o cuando decidimos ir al cine.
Aun cuando me estoy refiriendo concretamente a “las personas”, todas estas afirmaciones pueden hacerse igualmente de los animales, al menos de los así llamados “animales superiores”. La característica diferencial de la especie humana sería, en este sentido, el lenguaje. Así, por ejemplo, en la percepción y en la representación de la realidad a que antes me he referido habría que incluir el lenguaje como modo específico de percepción y de representación. Por el mismo motivo, en cuanto a la actuación o intervención sobre la realidad, un chimpancé también grita espontáneamente si lo pisan y también puede aprender a abrir una cerradura (aunque tarde un poco más), pero difícilmente puede decidir ir al cine a partir de una información verbal sobre el argumento de la película.
Antes de adentrarme en los entresijos de la función “representativa” del lenguaje, voy a señalar otra obviedad: el lenguaje es un fenómeno natural. Es decir: es un fenómeno de origen biológico, de naturaleza biológica. No es un resultado artificialmente construido a partir de determinados progresos científicos.
¿En qué consiste esta naturaleza biológica del lenguaje? Formulando la pregunta de manera más precisa: ¿cuál es la función biológica del lenguaje?
Para responder a tal pregunta voy a examinar más detenidamente un hecho biológico más básico, sobre el cual se asienta el lenguaje. Me refiero al fenómeno de la cognición. Sabemos cómo funciona el procesamiento de la información a través de los canales sensoriales. Pero lo que voy a exponer a continuación tiene que ver con su función, es decir, con la respuesta a la pregunta: ¿para qué sirve?

1. La función cognitiva, o la utilidad de la información

A riesgo de decir cosas demasiado obvias o demasiado simples, me atrevo a señalar y describir aquellas operaciones básicas, insisto, de carácter biológico, que forman parte del “aparato cognitivo”.
a) La primera operación (o más bien resultado de la operación, de acuerdo con el modelo R.O.L.E.) es la de identificar, o reconocer, o nombrar. Tiene una fisiología perfectamente reconocible. Es el comportamiento básico de muchos animales cuando olfatean o examinan algo que les resulta desconocido, o cuando exploran el territorio. También es la pregunta básica del niño cuando, llevado de su curiosidad, señala algo con la boca abierta o, incluso, trata de alcanzarlo: “¿qué?”, “¿qué es eso?” La respuesta del adulto, habitualmente, es una palabra, un nombre: “un elefante, hijo mío, eso es un elefante”.
Un perro, por ejemplo, no utiliza palabras. Olisquea aquello que quiere conocer y se queda con el registro olfativo (y quizá también visual) del objeto. Esa es su manera de identificar o reconocer. Sólo que no le pone nombre.
En formato R.O.L.E. tendríamos, simplificando:
En el caso del perro: V > C ===> identificación.
En el caso del niño: V > A => identificación.
b) La segunda operación (o el segundo tipo de resultado operativo) es la de comparar y, correlativamente, evaluar. “Este camino es más corto que aquel” o “esta habitación es más luminosa que la otra” o “en esta frutería las naranjas están más baratas”.
Esta operación no tiene una fisiología tan aparente o tan fácil de identificar. Es resultado de un conjunto de sub-operaciones internas, con una estructura más parecida a lo que llamamos “estrategia”. Podríamos perfectamente hablar aquí de estrategias de comparación y/o de evaluación, y pueden ser exploradas en cada caso por los métodos habituales.
Pero si observamos comportamientos más complejos podemos establecer fácilmente la hipótesis de que también los animales comparan. Basta con observar para ver cómo eligen, por ejemplo, la manera de alcanzar un alimento. Podrán comparar distancias, tamaños, pesos, etc. (es decir, todo aquello que tenga un componente sensorial). Lo que no harán será comparar precios de naranjas: para eso necesitarían del lenguaje.
c) La tercera operación (o tercer tipo de resultado): ¿cómo designarla? Yo prefiero llamarla “atribución de significado”. Sinónimos de la misma serían “interpretación” o “proceso inductivo-deductivo”, que abarca cualquier operación que permita establecer algún tipo de nexo entre dos o más elementos percibidos, como “equivalencia” (A significa B) o “relación causa-efecto” (A es causa de B). Se trata, pues, del arte de predecir.
Una breve anotación: se cree muy comúnmente que la pregunta básica del niño es “¿por qué?”. Si miramos este asunto con más detenimiento, podemos comprobar que esta opinión está basada en la observación de los comportamientos verbales. El niño que pregunta ¿por qué? ya sabe hablar. Pero si atendemos a la fisiología, a los comportamientos no-verbales o pre-verbales, comprobaremos que la cuestión “¿qué?” es mucho más básica.
Estamos, como digo, ante un fenómeno biológico. Biológicamente, la atribución de significado tiene un valor pronóstico. El aparato cognitivo (neurológico) funciona, entre otras cosas, como un simulador que, a partir de la representación de las percepciones actuales, permite pronosticar eventos venideros.
Este hecho es anterior a cualquier desarrollo científico. Los animales también atribuyen significado o “predicen”.

2. Atribución de significado y emoción

Dos perros diferentes, por ejemplo, se hallan ante la misma persona. La persona levanta un palo en alto. El primer perro sale corriendo entre alaridos. El segundo mueve el rabo y salta animadamente mirando a la vez al palo y a la dirección hacia donde éste se mueve. ¿Qué está ocurriendo?
Ambos perros están realizando una interpretación, una atribución de significado de lo que perciben (o, más exactamente, de lo que seleccionan de su campo perceptivo). Para el primer perro el palo levantado “significa” algo así como: “me va a dar un golpe”. Para el segundo significa: “quiere que juguemos”. Ambos perros están reaccionando ante eventuales sucesos que todavía no se han producido. Claro está que ambos animales conservan en su memoria eventos pasados del mismo “significado” que los que pronostican, pero ¿de qué otra manera se puede formular un pronóstico?
Vistas así las cosas, es claro que el desarrollo de la función cognitiva obedece, principalmente, a la necesidad de supervivencia. En esto están de acuerdo todos los biólogos. Incluso afirman que, desde el punto de vista biológico, el mejor instrumento de supervivencia es el cerebro y el sistema neurológico humano.
Me atrevo a afirmar, además, que cualquier proceso cognitivo es reductible a una de las tres operaciones que acabo de describir, o a una combinación de las mismas.
Por ejemplo: la operación de análisis. En su sentido más inmediato analizar es identificar los componentes de un todo. Un análisis de sangre, o de un perfume, o del espectro electromagnético de una estrella, son operaciones cognitivas de esta naturaleza.
En un sentido más complejo analizar puede ser, también, establecer relaciones entre componentes mediante atribuciones de significado (patrones de equivalencia o de causa-efecto, que son patrones lingüísticos, no atributos de la realidad) y comparaciones o entre ellas (evaluaciones). Este tipo de análisis es claramente una construcción lingüística de “segundo grado”, y va más allá de una simple descripción, que constituye una construcción de “primer grado”. Creo que podemos afirmar que las construcciones de segundo grado son exclusivas de los seres humanos. Más adelante me extenderé sobre este punto.
Volvamos a uno de nuestros perros: aquel que sale aullando cuando el hombre levanta el palo. El “significado” supuestamente atribuido es “me va a dar un golpe”. Está presente también una “emoción”, claramente visible a través de la correspondiente fisiología que, en este caso, podemos nominalizar como “miedo”, activado probablemente por el recuerdo de un dolor experimentado con anterioridad (“gato escaldado, del agua huye”).
El proceso podría ser, por ejemplo: V > V(r) > C > V(c) ===> evaluación y pronóstico. Podríamos decir que solamente si se despierta el miedo el perro activa el significado “peligro” (el perro no conoce la palabra peligro, pero tiene claramente identificada su correspondiente representación visual-cenestésica).
Pero también lo podemos decir al revés: solamente si se produce la atribución de significado de “peligro” se despierta el miedo. No voy a ir por ahora más allá de esto porque lo que me interesa de momento no es dilucidar si es primero el huevo o la gallina. También me ocuparé de ello más adelante.
Lo que estoy queriendo decir es que no es posible la atribución de significado sin la correspondiente emoción, y viceversa. Van indisolublemente parejas. De modo que no es infrecuente encontrar aquí fenómenos de sinestesia.
Si en lugar del perro tuviéramos un robot debidamente programado, éste sería perfectamente capaz de pronosticar que el golpe iba a caer sobre él pero no se apartaría, porque no tendría sensación de peligro. Como es bien sabido, las máquinas (al menos hasta ahora) no sienten miedo. Por muchos golpes que hubiera recibido. A no ser que el robot hubiera sido también programado, de manera específica, para apartarse cada vez que el pronóstico de la trayectoria del palo fuera que el golpe iba a caer sobre él. Para los seres vivos, esta programación forma parte de nuestro equipamiento biológico.
¿Y el otro perro? Es evidente que siente alegría. Su fisiología es muy clara a este respecto.
Así podríamos seguir viendo diferentes ejemplos. Una vez más: la atribución de significado se acompaña de la correspondiente emoción. Pero la atribución de significado no se reduce a la emoción. Existe, insisto en ello, una función de pronóstico. El perro está reaccionando ante un evento que aún no se ha producido. Podríamos perfectamente decir que el perro es capaz de fantasear o de anticipar algo que aún no se está produciendo en el presente.

3. Características de la cognición humana

Me he referido antes a las construcciones lingüísticas de “primer grado” y de “segundo grado”. Decía que las construcciones de “segundo grado” van más allá de una simple descripción, y adelantaba que las construcciones de segundo grado son exclusivas, o casi exclusivas, de los seres humanos.
¿A qué me estoy refiriendo?
Para responder a esta pregunta, empezaré por referirme a dos propiedades características que los tres tipos de operaciones antes descritos presentan en los seres humanos.
a) La primera es la propiedad redundante, auto-recurrente o auto-referencial. Quiero decir con ello que las personas no solamente somos capaces de identificar, comparar e interpretar, sino que también somos capaces de auto-identificarnos, auto-compararnos y auto-interpretarnos. “Yo soy…”, “lo que a mí se me da mejor hacer es…”, “lo más importante de mi vida es…”, etc. En este sentido hablamos de identidad o de creencias sobre la propia identidad.
Por lo que sabemos, la auto-identificación tampoco es exclusiva del ser humano. Diversos experimentos han demostrado que también son capaces de auto-identificarse otros mamíferos como los chimpancés, los delfines y los elefantes, que sepamos hasta hoy. En este sentido se puede decir de ellos que tienen conciencia de la propia identidad. No se ha podido averiguar, hasta la fecha, si dichos animales son igualmente capaces de auto-compararse y, menos aún, de auto-interpretarse.
b) La segunda es la propiedad combinatoria. En este sentido se pueden comparar identificaciones o significados, identificar significados o comparaciones, o significar identificaciones o comparaciones, y así sucesivamente.
Precisamente por estas dos propiedades de redundar y de combinar operaciones el aparato cognitivo humano es susceptible de un extraordinario desarrollo. Permite grandes construcciones cognitivas (como la ciencia, la literatura o la filosofía) pero también puede propiciar inútiles hipertrofias. El aparato cognitivo se aleja entonces de su función biológica para realizar construcciones cognitivas, por así decir, “autónomas”, que han perdido su sentido funcional originario.
El aparato cognitivo humano puede así tomar como objeto de su actividad sus propios productos1, resultando, en consecuencia, lo que podríamos llamar “desarrollo autónomo” o incluso, en ocasiones, “desarrollo autista” del aparato cognitivo. Podemos observar que, también como consecuencia de lo anterior, el aparato cognitivo humano es igualmente capaz de auto-interferirse.
Esta característica del aparato cognitivo humano lo hace, como digo, muy potente, pero eso no constituye, en principio, ningún problema o no tendría por qué constituirlo. Para empezar es algo inevitable, imprescindible. Sólo se puede convertir en un problema cuando se hipertrofia, como resultado, precisamente, de su propia potencia. Otras veces, como resultado de múltiples interferencias en el proceso natural de cognición2. A diferencia del perro que veíamos en el ejemplo, sólo los seres humanos somos capaces de ignorar algunas sensaciones que experimentamos ante el palo levantado, al mismo tiempo que nos dedicamos a formular diversas hipótesis sobre las intenciones del que lo levanta, ayudados por todo lo que hemos oído sobre la educación o la autoridad, por ejemplo.
Y, en vez de atenernos a la experiencia, en vez de atenernos al asunto real para, si nos hace falta, encontrar mejores opciones de respuesta, en vez de eso, digo, nos dedicamos a “comernos el coco”.
Supongamos que quiero decidir si me voy al cine o si me quedo en casa. Soy consciente de que estoy en un proceso de tomar una decisión, que identifico como duda. Pero entonces pretendo encontrar un significado para esta duda, y me pregunto por qué dudo. Ya tengo dos ingredientes. Añado un tercero: me comparo con otras personas que toman decisiones parecidas, y evalúo mi proceso como lento. Entonces pretendo encontrar un significado para esta lentitud y me pregunto por qué soy tan lento. Y así sucesivamente.
Ésta es, en mi opinión, la “hipertrofia” de lo cognitivo. No resulta difícil detectarla. Nos encontramos, por ejemplo con un cliente, o con cualquier otro tipo de interlocutor, el cual nos refiere diversos análisis, razonamientos, deducciones, generalizaciones, etc., a propósito de lo que le ocurre, al mismo tiempo que nos proporciona poquísima información sobre lo que ocurre realmente. Nos proporciona muy pocos datos de experiencia, e incluso ninguno.

4. Cognición y metamodelo

Cuando este fenómeno hipertrófico se produce encontramos, invariablemente, violaciones del metamodelo.
a) Violaciones del metamodelo que tienen que ver con las operaciones de identificación y que, por tanto, pueden propiciar “extravíos mentales”: faltas de índice referencial, omisiones simples y faltas de especificación de sujeto, verbo u objeto. Y como síntesis de todas ellas: las nominalizaciones, las presuposiciones y las lecturas mentales.
b) Violaciones del metamodelo que tienen que ver con las operaciones de comparación: sólo tenemos la omisión comparativa. Quiero señalar que este tipo de omisión es más frecuente de lo que parece. Los ejemplos obvios vienen dados por aquellas expresiones en que se utilizan modificadores de cantidad (por ejemplo: “este vestido me gusta más”, o “esta asignatura me resulta muy difícil”), pero no son tan obvios en otros casos, como cuanto decimos que algo es caro, o luminoso, o pequeño. La mayoría de los adjetivos calificativos esconden comparaciones.
c) Violaciones del metamodelo que tienen que ver con operaciones de atribución de significado: generalizaciones y distorsiones, que incluyen la utilización de cuantificadores universales y/o de operadores modales, así como de patrones de causa-efecto, de equivalencia compleja o de ejecución perdida.
Los modos de “desafiar” las violaciones del metamodelo no son solamente, desde este punto de vista, recursos para facilitar la comunicación, sino también para recuperar la función biológica del lenguaje y de la cognición. Podríamos decir, en este sentido, que tienen una utilidad “sanadora”. Es así cómo Bandler y Grinder pueden ponernos ejemplos de sesiones terapéuticas operando solamente desde el metamodelo3.
A partir de aquí y, avanzando un poco más, me parece que ya es hora de hablar de las creencias.

5. Las creencias como “paquetes lingüísticos de atribución de significado”

Así que, desde la visión antes expuesta ¿qué significan, qué papel tienen, cómo se forman las creencias?
Teniendo en cuenta todo lo anterior, me atrevo a decir que las creencias son “fuentes” de atribución de significado. Utilizando una metáfora informática, las creencias son “bibliotecas.dll”. Lo cual, desde el punto de vista biológico, tiene un sentido o finalidad, principalmente, de economía de esfuerzo.
Como hemos visto, atribuir significado a una experiencia identificable tiene un valor pronóstico. Pues bien: es más “económico” generalizar un pronóstico que construir uno distinto para cada situación, teniendo en cuenta, además, que nuestro sistema neurológico está equipado para agrupar por similitud. Es esta generalización la que toma la forma de creencia. Si acerco mi mano al fuego y me quemo, formaré la creencia: “es peligroso tocar el fuego”. Pero también, si salgo al cine por la noche y al regresar a casa alguien me roba puedo formar la creencia “es peligroso salir de noche”. En este segundo ejemplo se ve claramente que se trata de una generalización mucho más amplia. Incluso se puede ampliar más: “es peligroso salir”. También podemos ver fácilmente las violaciones del metamodelo que están presentes en este tipo de afirmaciones.
Más allá de que una creencia pueda resultar cierta o errónea, lo interesante es atender al aspecto de que una creencia puede ser funcional o disfuncional, es decir: puede ayudarnos a orientarnos en la vida o bien puede limitarnos innecesariamente.
Además, por los mismos motivos económicos, sería costosísimo que tuviéramos que formarnos todas las creencias necesarias. Hay una solución menos costosa: importarlas. La importación de creencias es un procedimiento congruente con la forma como se socializa el comportamiento humano o, lo que es lo mismo, la forma como utilizamos el lenguaje y su función social.
Claro está que habitualmente no sometemos a contraste experimental estas creencias “de importación” que, por lo general, han sido adoptadas en edades muy tempranas y cuyo criterio de validez viene dado por la autoridad que nos imponen o que reconocemos a nuestros proveedores de tales creencias, especialmente a nuestros padres o a nuestro entorno familiar y escolar cuando somos pequeños. Más habitualmente hacemos lo contrario: seleccionamos de nuestra experiencia todos aquellas informaciones que confirman dichas creencias.
Este tipo de creencias importadas se suelen conocer en psicología con el nombre de “introyecciones” o “introyectos”.
De nuevo no nos interesa tanto el origen cuanto su función. Los introyectos, por sí solos, también pueden ser funcionales o disfuncionales, en el sentido de que pueden ayudarnos como pueden limitarnos innecesariamente, e incluso generarnos sufrimiento.
Un ejemplo de creencia “importada” podría ser: “antes de cruzar la calle hay que mirar si vienen coches” (operador modal de necesidad más, probablemente, ejecución perdida). ¿Alguien tiene alguna duda sobre la “funcionalidad” de una creencia como ésta? ¿Hay que esperar a ser atropellado para formularla?
Otro ejemplo: “en los negocios no te puedes fiar de nadie” (operador modal de posibilidad más cuantificador universal más, probablemente, ejecución perdida). Ésta sería el caso de una creencia parcialmente funcional y, al mismo tiempo, potencialmente limitante.
El problema normalmente consiste en la dificultad de hacernos conscientes de tales creencias, de reconocerlas como tales y de reconocer también la forma de ayuda o de interferencia que constituyen.
Porque la formulación lingüística de las creencias muy raramente comienza por “yo creo que…”. Cuando el comienzo es ése, lo que sigue a continuación no suele ser una creencia. Así, por ejemplo: “yo creo que este año la Liga la ganará el Valladolid” no expresa un creencia, sino un pronóstico incierto y, además, declarado como incierto. De la misma manera: “yo creo que el gobierno se equivoca con tal o cual medida” no hace sino expresar una opinión, no propiamente una creencia.
Lo mismo ocurre con las creencias auto-generadas. Confundiendo el mapa con el territorio tomamos las creencias como declaraciones de realidad. Una persona se encuentra en condiciones óptimas para modificar una creencia, sea ésta introyectada o no, cuando la reconoce como tal. Pero aceptar que se puede hacer otra lectura diferente de la realidad puede llevar algún tiempo.
Las creencias tienen siempre una vertiente de expectativas, lo cual es congruente con su función principal: formar una base para establecer pronósticos.
Una persona, por ejemplo, puede declarar de manera consciente y explícita sus expectativas respecto de su pareja. Lo hace en función de sus propias creencias sobre la pareja: “una pareja debe darte lo que tú no tienes” o “en una pareja no debe haber conflictos”, etc. Véanse, insisto, las violaciones del metamodelo.
Es inútil preguntar de dónde procede tal creencia. ¿Creencia? En modo alguno creencia. Para esa persona tal afirmación tiene connotación de realidad, y no entenderá que pudiera ser diferente.
En la misma línea podemos considerar el conjunto de creencias que la persona tiene sobre sí mismo o, como solemos decir, creencias de identidad. Así nos podemos encontrar, típicamente, con afirmaciones del tipo “es que yo soy así”.
El único camino practicable que he encontrado hasta ahora ha sido el de seguir la pista de las limitaciones, en el sentido que describe Albert Ellis4 y su terapia racional-emotiva: creencias que hacen sufrir. De especial interés resulta una observación importante de Albert Ellis: una creencia limitante está siempre presente en el sufrimiento del cliente.
Porque no todo el mundo sabe orientarse fácilmente dentro de la metodología usual en P.N.L. Es más frecuente que algunas personas, sencillamente, sufran, lo que nos proporciona una base de experiencia más segura para identificar creencias disfuncionales.
Por esta vía se pueden revisar expectativas (o la inutilidad de “pedir peras al olmo”) o se puede, vía metáforas o re-significaciones, abrir la puerta a otra lectura de la realidad.

6. Sentimientos, pensamientos

Quiero abordar, finalmente y de manera breve, el debate, clásico en algunos contextos, sobre la relación entre sentimientos y pensamientos, entre emociones e ideas. La emoción: ¿es el reflejo o consecuencia de una creencia como sostiene, por ejemplo, la terapia racional-emotiva de Albert Ellis? ¿O el pensamiento puede ser una forma de evitación del contacto, como se afirma, por ejemplo, desde un punto de vista gestáltico?
En definitiva: ¿los pensamientos crean emociones o viceversa? Como indiqué anteriormente, para mí se trata de un problema semejante al del viejo dilema del huevo o la gallina.
Realicemos un sencillo experimento: proporcionemos a un grupo de personas un estímulo auditivo simple (por ejemplo, un pitido) o ligeramente complejo (por ejemplo, un pasaje musical) y pidámosles que presten atención al proceso perceptivo. En algunos casos nos encontraremos que a partir del estímulo externo se ha despertado una sensación y, seguidamente, el sujeto ha evocado o construido una imagen o desarrollado una fantasía: A > C > V(r) o A > C > V(c). En otros casos nos encontraremos que a partir del estímulo externo se activa la imagen y que la sensación subsiguiente guarda relación más bien con la imagen interna formada o evocada y no directamente con el estímulo externo. El proceso sería: A > V(r) >C o A > V(c) > C). También podemos encontrarnos con diversas combinaciones, o variantes, sin hablar de interferencias debidas a otros factores (por ejemplo: una atribución de significado).
Pero aún podemos seguir preguntándonos: ¿la secuencia es “realmente” así, de una de las dos formas descritas, o aparece así como resultado de la puntuación que el sujeto introduce en la lectura de una experiencia que “realmente” funciona como un bucle (como sería el caso de una sinestesia)? Por el momento no tengo respuesta para esta pregunta. No descarto que pueda haber varias, incluso algunas que ni siquiera se me han ocurrido.
Pero, insisto, no me interesa aquí discutir ningún punto de vista teórico. Si vamos a lo práctico, lo único que me interesa es la forma de esta experiencia concreta en tal o cual persona concreta. Así encontraremos casos en los que el pensamiento, si no precede a la emoción, al menos interfiere en ella o en la lectura que la persona hace de ella, por el peso que pueda tener determinada creencia.
Así sucede, por ejemplo, cuando el sujeto experimenta, por ejemplo, “culpa” o, también por ejemplo, cuando tiene “miedo” de experimentar determinadas sensaciones. De nuevo podemos recordar aquí los fenómenos que se han dado en llamar “virus mentales”.

7. A modo de conclusiones

Seré muy breve. En definitiva, lo que yo propongo tras este conjunto de observaciones y reflexiones es:
a) Revisar el “sentido” del metamodelo, realizando, a este respecto, una clasificación u ordenación de los patrones en términos un poco diferentes de los habituales. Es decir, relacionándolos más directamente con las operaciones cognitivas.
b) Revisar el modelo R.O.L.E. precisamente en su último punto (E = “exit”). La pregunta clave sería: ¿cuál es el sentido, o finalidad real, de las estrategias que modelamos como “R.O.L.E.”?
c) Revisar la manera como abordamos las emociones en P.N.L., tanto desde el punto de vista conceptual como metodológico. Los aspectos fisiológico y sensorial son importantes, pero hay también un aspecto cognitivo que quizá estemos descuidando.

Barcelona, diciembre de 2009
Francisco Sánchez Gavete

1 Como lo estoy haciendo, por ejemplo, ahora, en el momento de escribir lo que estoy escribiendo.
2 Es el caso de muchos de los “virus mentales”.
3 Bandler, R. y Grinder, J.: “La estructura de la magia. Volumen I: Lenguaje y Terapia”. Editorial Cuatro Vientos, Santiago de Chile, 1980. Capítulo 5: Dentro del vórtice. Páginas 139-179.
4 Ellis, A. y Grieger, R.: “Manual de terapia racional-emotiva”. Desclée de Brouwer, Bilbao, 1981. 455 páginas.

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